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 Ensayo sobre Por los tiempos de Clemente Colins de Felisberto Hernández. 
 Premio Fundación Banco Mercantil 1995. Jurado: Santiago Kovadlof, María Esther Vázquez, Rodolfo Modern. 
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| MACEDONIO FERNÁNDEZ: “Una novela que comienza” NÉSTOR SÁNCHEZ: “Adagio para viola d’amore” 
 II Jornadas de  Literatura y Psicoanálisis, Autopistas de la Palabra 
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| PERIFERIA: ESTÉTICAS Y MORALES ALTERNATIVAS FRENTE A LAS REGLAS DEL DISCURSO CENTRAL 
 La Plata, Primer Encuentro Nacional de Escritores, 24 de junio de 2004. 
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 EL MISTERIO ES ABANICO 
 I INTROITO 
 
 Hay un pasado, sin amarras, un pasado móvil  que busca la detención, en la casa,  en el piso del patio de grandes losas  blancas y negras, en la media luz de un zaguán y en la otra: ala de luz de una portátil de pantalla verde  que diera sobre un libro en el que uno leyera. Acaso la luz que maneja la  entidad inmanejable del recuerdo. La misma que el lector pretende asir con  libro en mano y los ojos y las imágenes queriendo atrapar la estética de  Felisberto Hernández.  
 Se trata de una experiencia narrativa,  aunque poética en cuanto forma de conocimiento. La experiencia  consiste en el movimiento mismo, en el  requerimiento del cuerpo que se inclina hacia un lado u otro, llevado por ese  vaivén.  
 Una morada antigua, y en ella un piano.  Hacia allí nos dirigimos en este carruaje estético -vehículo de toda la  narrativa de Felisberto Hernández-, un lenguaje denotador de vicisitudes  interiores. Hay el pasado que es -lo será a lo largo del relato- vuelo, ¿sin  amarras, dije? Sin clausuras, tal como será -en el final: el mate- la aparente  detención en un objeto cotidiano, el objeto símbolo (los sombreros de las  longevas, las uñas de Colling, la oreja, ¡Ah!  me olvidaba de una mano). Un objeto, metáfora de la búsqueda. 
 Para llegar será necesario transmutar un  tranvía que repite -aún- el recorrido antiguo, volverlo tiempo ficcional,  sustancia elástica donde anidan los sueños, porque los recuerdos no sólo no  anidan sino que producen quebradas. Entonces, la manía del lector ingenuo  -muchas de las veces, lector prejuicioso- se irá corrigiendo como quien corrige  la postura del cuerpo, para ser liberada con el transcurrir de las páginas,  porque: 
 La (mi)  manía de ir demasiado temprano a los espectáculos, nos colocó en la puerta de  la sala mucho antes de que la abrieran.  
 Felisberto Hernández incita, provoca a sentir ese silencio de sueño que se hace antes de los conciertos cuando falta mucho para empezar; cuando lo  hacen mucho más profundo los primeros cuchicheos y el chasquido seco de las  primeras sensaciones de la lectura. Momento clave para la entrega, para  desatender la autobriografía. Serán entonces los “primeros cuchicheos” del  personaje narrador los que -a la manera de cámara cinematográfica con voz en  off incluida- sonarán preparando la llegada del personaje de Clemente Colling.  Páginas de antesala. Antesala que se transformará en escenario. Escenario que  duplicará las imágenes. Escenario que es un estado interior: 
 ...  cuando el espíritu, sin saberlo, espera trabajando; cuando trabaja casi como en el sueño, dejando venir cosas, esperándolas y  observándolas con una distracción  infantil y profunda.  
 Hay que dejarse ir en el movimiento, en aquella cantidad de movimientos, esparcidos  en aquella cantidad de tiempo: por este camino, por aquella penumbra, por  aquí, por esta melodía, por los tiempos de las quintas, por los tiempos en que la vida daba vueltas alrededor de una glorieta cubierta de  enredaderas de glicinas, por otros perfumes y otras risas y palmeras  arrogantes. Por un lenguaje poético que emerge en la síntesis de experiencias  sensoriales. Un lenguaje búsqueda.  
 ... cuando uno siente la angustia de no estar  colocado en ningún lugar de este mundo y se jura colocarse en alguno ...  
 El estilo de Felisberto Hernández es el  desplazamiento. Hay que entrar por el canal profundo y múltiple que contiene  una fracción de días apiñados, una partitura de Schumann, un sector del  calendario, una fracción de tul, de  vida, como un mapa, una hoja de ruta, por aquí, por allá: 
 ... sueña un porvenir que le adormece la piel de la cabeza y le insensibiliza el pelo; y que jamás lo confesaría a nadie porque se ve a sí mismo demasiado bien y es el secreto más retenido del que tiene algún pudor; porque tal vez sea lo más profundo del sentido estético de la vida ... 
 II LAS RELACIONES NECESARIAS 
 Pese a la contemplación del recuerdo como un visitante, pese a la quietud necesaria en el acto de observación del recuerdo, se impone el asombro del narrador: los recuerdos serán libres danzantes de una coreografía ilusionada y posteriormente frustrada.   
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  ...  manojos de papel en blanco, que para él  estaban escritos porque tenían puntos en relieve ... 
 
 La manera de saludar antes del concierto, el roperito tuerto, el rostro, las manos, todos son pequeños recorridos por. Por aquí, por allá, por los dedos, por las uñas, por el cigarrillo que tomaba con tres dedos, por el borde fino de los labios hasta las hornallas de la nariz, por esa región movible. Colling se nos aparece como la suma de segmentos que significaban misteriosamente la totalidad presentida; es profesor de armonía, y la armonía se define en música como “la combinación simultánea de los sonidos”, un sonido con otro, un gesto con otro, y así es que Colling es los gestos, y posee un circuito como posee el recorrido de sus gestos repetidos: 
 
 
 Pero la estética de Felisberto Hernández supera la recordación estática de puntos guardados en la memoria. Evita la pasividad, la elude y entrega a cambio una fluidez incansable, porque ( yo) mostraría la memoria de él como si mostrara un mono viejo, cansado de hacer la misma prueba. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 III EL NOCTURNO DE FELISBERTO HERNÁNDEZ 
 Colling es una totalidad presentida pero, ¿es una metáfora? ¿Un símbolo? ¿Una sombra? El narrador nos dice: ... si pensaba que la sombra era una seña del misterio, después me encontraba con que el misterio y su sombra andaban perdidos, distraídos, indiferentes, sin intenciones que los unieran. Y así el misterio de Colling llegó a ser un misterio abandonado. 
 
 
 
 
 
 Y el abanico -antiquísimo objeto poseedor de tantos pasados- comienza un movimiento de ida y vuelta, invirtiendo las idas en regresos, a tal punto que para ventilar el aire que nos envuelve deberá repetir acompasadamente el movimiento. El abanico conoce las viejas melodías de aquel piano perdido. Pero si penetro por el agujero grande del tul de aquella longeva, y sigo penetrando en el mate final por el angosto canal hacia abajo, acaso la bombilla me lleve hacia el fondo y me quede en la sensación húmeda, aún tibia, de la piel de Clemente Colling. 
 
 
 
 
 
 MACEDONIO FERNÁNDEZ: “Una novela que comienza” NÉSTOR SÁNCHEZ: “Adagio para viola d’amore” 
 
 INVITACIÓN A UN ACTO RITUAL DE COMPLICIDAD 
 
 Textos que se autodefinen en el  devenir de sí mismos. 
 La escritura es el lugar de la  reconstrucción: del pensamiento que va a la purificación de los conceptos,  avance y retroceso, paradoja y seducción, en Macedonio; del paisaje en cuanto  acontecer, en estado de contemplación fragmentada, para provocar el encuentro  con la totalidad contenida en instantes supremos, en Sánchez. 
 Una novela que comienza y Adagio para viola d’amore nos instalan en un “modo de mirar” que deviene en traslación. El estado donde las palabras corporizan un itinerario de la mente y de lo observado. Textos sin argumentos y puro argumento. Gilles Deleuze nombra un “delirio que se impone, una línea mágica que escapa del sistema dominante… El escritor como vidente y como oyente, meta de la literatura…” 
 Crear un espacio, un tiempo de semifusas. 
 No voy a contar. Me salgo de la pasión argentina. Me salgo de la literatura. Me instauro a mí mismo naciendo en el decir. Desde un lugar interior otro. Nadando en literatura. No desafío al crear el espacio del lenguaje sobrevolando lo observado. La palabra conduce. Hay que “confluir a una desmemoria si se prefiere impersonal y deslumbrada” (Sánchez), “sumergidos en las últimas de la desorientación y del no saber nada de la vida” (Macedonio). 
 ¿Qué se nombra en Una novela que comienza? Una estrategia  inversa: no voy a contar y estoy contando. Macedonio crea inicialmente un  lector, para ese lector un personaje, y siempre: el autor que reitera todo es verdad aquí o  mis  páginas serán siempre veraces.  
 (Cito:) 
 ¿Es el doble? ¿Es quien puede ser  o quien ha fracasado como escritor?  
 Una línea sencilla trazada en ese camino de la mente se desacredita de la mano de Anatole France o Unamuno, se borra y se inicia. Si la duplicidad es unicidad, si el encimamiento concluye en reflejo e instalación de la duda, es parte de la arquitectura literaria que se propone Macedonio para dar existencia real a la búsqueda. Para priorizarla. Hay una escena clave en la que describe su pulsación literaria (Cito:) 
 Para garantirme un final lo menos lázarocosta posible, precedo la ascensión completa de una perorata que vierto desde el tercer escalón repasando las propiedades constantes, o muy frecuentes, de la vertical. 
 Sostener la ascensión, evitar el  final, con la única pretensión de repasar las  propiedades constantes de la vertical. Macedonio corporiza las ideas, las  preguntas verticales son sobre la literatura y la mujer, porque la  literatura es una mujer a la que pretende llegar.  
 (Imito el estilo macedoniano:  ¿”Pretende” llegar?).  
 Conozco una mujer ¿conozco una mujer? (pag.17) … ¿cómo será la mujer? (pág.24) insisto en referirme a situaciones porque éstas tienen tanto incentivo y enamoran tanto o más que los caracteres: la visibilidad del carácter es mínima en situaciones sencillas y leves: no hay tragedia por el solo carácter y puede haberla por la sola obra de un máximo de situación… (pag. 27, y hacia el final:) Alargar ¿es genial o no es genial? Porque aquí de lo genial se trata. Se trata del lector.(pag. 35) 
 Por ese recorrido nos encontramos con lo que el uruguayo Felisberto Hernández desarrollará posteriormente, ya no como tema sino como paralelismo mente/recuerdos con las situaciones narradas. Macedonio se escucha a sí mismo, su ironía es estrategia de encuentro. Importa la situación, lo sucediendo en el texto. No es la superficie fabulosa en donde el libre discurrir se instala para no concluir la obra (recordando la expresión de Piglia: “le interesa más el proyecto que la obra”). Se trata de recuperar un andar casi felino en el territorio de la literatura, el puro andar no podría haber dado otra cosa que lo nombrado con la palabra vanguardismo y otros nombres que aquí no facilitan la brevedad de este trabajo. 
 Y Sánchez se instala en el  andar desde otro orden, un código transfigurador de paradigmas.  
 Un estado de poesía en el paisaje  que contiene a Juan L. Ortiz y que al mismo tiempo es contenido en estado de  poesía. El tempo de este relato  es el espacio en donde se encuentran las siluetas de la poesía más sonidos y  colores. Aquí también “todo es verdad”. Hay duplicidades y hay el espejismo del  personaje decidor en el paisaje. Esencialmente el “perímetro” literario “que lo  contuvo” pero que nos contiene.  
 El texto de Sánchez ocurre. Es el suceder de una cópula de vibraciones del poeta santafecino en el paisaje que renace al nombrar (cito:) el río tal cual el río cruzando equis años… el río de su Keats es un poco todos los días, sin duda, aunque también la vida –ese movimiento garrafal- podría volvérsenos desmesurada, es cierto, al único precio de descubrirle el único carozo que a su vez contiene la pepa con el rarísimo saber mezclado al único recuerdo impersonal de todos los sabores y de todas las catástrofes. 
 Acordes en escalas 
 Mientras que el espacio urbano de Macedonio es paisaje de búsqueda, de indagaciones conceptuales, de intento de mujer y literatura -novela/lector/personaje-. El espacio de provincia donde se instala Néstor Sánchez es paisaje de poesía en donde su personaje ya no es lector sino autor que se trae los movimientos en el aire, “el cielo tiza”, “el río”, rumores, perfumes, el fuego. El suceso “sin ninguna urgencia” es el texto. La situación que sirve para reforzar la imagen del texto, el sonido del texto. Considero que éste es uno de los acordes armónicos entre ambos. 
 Si volvemos a Una novela que comienza, cuando  Macedonio dice “sigo hablando por R.G.” dice: yo no soy quien escribe sino  quien se escribe en un personaje que se le parece , esto se da  claramente en Adagio. El ir y venir entre el yo narrador, el personaje, el que  ejecuta la escritura. En Sánchez el personaje es el continente.  Pero la escritura lo rehace, lo funda en la  operación de la forma.  
 El relato de Macedonio es un voy hacia la mujer. El relato de Sánchez conduce hacia el encuentro físico con la mujer que (cito) tendió a demorarse con exceso hasta poner las palmas a unos dos metros del fuego… y ella… habrá experimentado la proximidad paulatina y el cielo de la noche. Y usted no dijo todo poema es y será la historia inversa de una carencia o, con poco menos de afectación: estamos realmente abandonados en medio de todo lo que queremos. 
 Para cerrar, nos quedamos con  unas cuantas preguntas.  
 Llegar a una cima anhelada y  anhelante.  
 Quedarnos con una aureola que permanece, distraída-humorística en Una novela que comienza; estática, tensa en la fugacidad de la imagen en Adagio para viola d’amore. 
 Y “la tarde” es en ambos textos más que una hora del día, el sitio de los encadenamientos rituales. 
 
 
 
 
 
 PERIFERIA: ESTÉTICAS Y MORALES ALTERNATIVAS FRENTE A LAS REGLAS DEL DISCURSO CENTRAL 
 ¿Desde dónde pensamos la legitimidad literaria? 
 
 
 Cuando  leí el título de esta mesa me alegré y comenzaron a rondarme  fascinadores interrogantes, se abrían de  abanico en abanico. Pero les pregunté a Sandra y a Carina hacia dónde querían  que fuésemos, ya que la enunciación temática expresa una postura, una visión a  priori de la realidad comercial de la literatura que no es errada, sino punto  de partida. Casi una provocación.  
 Escribir  acerca de la Periferia  desde la periferia -me dije.  
 ¿Reiteraré las palabras que describen el presente de  hibridaciones, la mediocridad moral/social, la validación del plástico en el  cuerpo/los gestos/las palabras/el alma?, ¿este vaciamiento, el reino de la  des-ideología que ni siquiera aspira a intemperie, esa validación con sus  correlativas formas de representar, expresar, en la pretensión de crear? 
 No acuerdo con la nominación “los nuevos espacios de la  literatura” y dejaré para el final mis consideraciones sobre este punto.  
 Quiero partir de una construcción conceptual que no expresa antagonismos sino correlatividad: lo aceptado/lo negado. La validación vinculada por un lado con la constructividad del poder y por otro con lo legitimado estéticamente. 
 Escribo acerca de la Periferia desde la periferia.  
 Este reconocimiento no se remite a lo literario -al menos  no únicamente-, escribo en un pueblo del interior del país, fuera del centro,  lejos del discurso central. Villa de Merlo tiene connotaciones idílicas, por  tanto un lugar aún más periférico. Sobre esto no voy a eludir que mi actitud de  vida ha sido una conducta/elección hacia la Periferia. Nacer/crecer/estudiarLetras  en la Ciudad  de Buenos Aires. Abandonar ese centro que me formó y por esa formación me  transformó hacia. Peregrinar en puntos tan disímiles del país, armar centros,  talleres, bibliotecas. Mudarme tantas veces y, por dentro, comprometerme más  intenso (suena obsoleta la palabra “comprometerme” y no hay otra que me resuene  mejor).  
 Para mi colmo, sostengo un programa radial literario,  diariamente, leyendo “lo que no se vende” como me dijo Luis Tedesco la mañana  en que me regaló libros para Puerto Almendro, “literatura argentina”, respondí.  
 Y  este colmo de mi periferia se acentúa con la apertura de una casa buscada  específicamente “lejos del centro comercial del pueblo” y muy oronda, muy  segura, dije: “el que quiera venir vendrá especialmente”. Así desde el 97,  cuando el boom de los bares librerías en la Argentina y las juntadas  de lectura no estaba tan generalizado como ocurre desde hace 3 años más o  menos. Sensacional, un hermoso lugar casi casita de cuentos sobre la que Jorge  Boccanera escribió una Nota titulada “Una casa para el libro”.  
 No hay morada en la literatura. El libro es morada.  
 Esto que cuento aparentemente personal es difícil de  explicar, primero porque no es único en el país ni en el mundo, segundo porque  se hace a sí mismo nacido de una convicción o instinto, aunque factible de  teorizar. Es decir: pertenece a los “viejos” espacios de la literatura, como si  tuviera un paralelo con la jabonería de Vieytes, son actos subversivos, en un  país -más aún en mi circunstancial entorno serrano de perfumes y pájaros- que  dedica las horas a parlotear acerca de la mejor forma de contornearse según los  dictámenes del día.  
 Aquí no se  trata de vanguardias, ni de sitios oscuros o estéticas de ruptura, los llamados  under, porque todas las vanguardias han salido del under y luego tuvieron en  mayor o menor medida una legitimación. La cuestión es que nuevo o viejo,  repetido u original, físico o virtual, estos espacios precisan un sostén no  sólo en el tiempo y económicamente sino en el objetivo, en el propósito inicial,  en la resistencia de y desde la resistencia.  
 Hablamos de Literatura.  
 Y de lo aceptado/lo negado afloran “todos emergentes”: los espacios, las estéticas, la inventiva, la disolución de los cánones éticos, la reformulación de los mismos sucesos sociales y culturales, los circuitos no comerciales, las existencias negadas –obras y autores-, la necesaria creación de una palabra “otra” que no diga lo mismo. 
 ¿Es defensa del Arte o defensa del  espíritu humano?  
 ¿Atañe sólo a la Literatura? 
 Centro y periferia se retroalimentan  porque ¿quién centraliza el discurso? Podríamos afirmar: los medios, el poder  político, las imposiciones del mercado. Pero ¿no es acaso el mismo recorrido,  repetido comportamiento de todo establishment de poder aunque en la Edad   Media haya funcionado desde otros estamentos? Y ¿cuál es la  función del artista? 
 La legitimación y la representatividad  dentro de la oposición “centro-periferia” actuaron dinámicamente en el proceso  literario argentino, desde siempre, Noé Jitrik lo llama bipolaridad.   
 Nuestra historia es muy cercana. Nuestra literatura no se legitimiza en el mercado, se nutre desde las rupturas con las rupturas. Ha crecido en una heterogeneidad discursiva, al mismo tiempo representativa y vinculada con los centros culturales reconocidos. 
 Tan sólo por nombrar: Daniel Moyano, Héctor Tizón, escritores de la periferia y ojo que ellos lo expresaron, no sólo cuestión de “ventas” o una mera cuestión geográfica. Hay una cosmovisión genuina, propia, consistente, en ambos. Y sus obras no surgen como “alternativa” sino como pura creación literaria. Instalan la propia materia constructiva contra una ética-estética (¿?) del interés comercial de las editoras y los medios masivos de comunicación. 
 Cito un fragmento del libro Héctor Tizón, una escritura desde el margen, de Adrián Pablo Massei: 
 Así, la voz de Tizón se alza no sólo desde la periferia geográfica, sino también desde una periferia cultural representada por las comunidades de la puna jujeña, cuyo legado indígena el autor pretende recuperar. En esta recuperación de un pasado y un presente dejados fuera de la memoria nacional, Tizón reinterpreta esa zona de representación y significación, desafiando las formas que sostienen la versión oficial y elaborando una narrativa desde el margen que cuestiona el posicionamiento del lector dentro de ese discurso. 
 Daniel Moyano:  
 Antes del exilio, había escrito y  publicado en la Argentina  siete libros de cuentos y tres novelas, una de ellas El oscuro (1967) había  ganado el premio del concurso internacional de novela “Primera  Plana-Sudamericana”, cuyo jurado lo integraron Leopoldo Marechal, Augusto Roa  Bastos y Gabriel García Márquez. En España pasó muchos años sin poder escribir  o como solía decir: sólo podía narrar  pesadillas. Hasta que gana el Premio Juan Rulfo con Tía Lila y, a partir de  aquí, Moyano retoma el tema del desarraigo y la marginación (dominantes en la  producción anterior al exilio) pero con el agregado de una reflexión profunda  sobre las condiciones en las que se entretejen el lenguaje y el hombre  transterrado. Es decir que si en las primeras novelas el eje es la emigración o  los exilios del habitante del interior, desde pueblos desposeídos hacia las  grandes capitales para “tener existencia”, cuando escribe Libro de navíos y borrascas presenta un análisis sobre la difícil o casi imposible inserción del hombre,  concretamente del intelectual, en una sociedad represiva/violenta que no sólo  lo deja de lado sino que lo hace desaparecer, lo extingue o silencia. Más aún  cuando escribe El sudaca en la Corte –título nada casual- en donde el binomio provincia-capital pasa a ser  España-Francia.  
 Como muchos escritores, Moyano se topó  con un aparato editorial que no buscaba obras sino campañas de marketing, donde  el sujeto de la literatura ya no es el lector sino el propio editor, ese  “dueño” que se complace con la búsqueda de la técnica que mejor se adapte a su  montaje de ofertas, premios y propaganda. Lo que salga de esta norma no sólo no  interesa: no existe.  
 Apenas dos  nombres.  
 Siempre estuvo la presencia de un poder legitimador de una verdad y en consecuencia de un discurso hegemónico como excluyente de otro discurso. Así cada contradiscurso se asienta en formas tradicionalmente no aceptadas. 
 Efectivamente  se construye desde los márgenes.  
 Lo periférico emerge de un referencial  económico, político y social, a veces coincide el geográfico. Por eso me  interesa diferenciar esa “creación de estéticas y morales alternativas” (una  expresión que tampoco me convence), la entiendo como una resultante natural, el  efecto de crear el estilo/la voz propia del escritor, aún dentro de los  límites, a pesar de ellos, de ahí la reconstrucción de espacios propios, me  refiero a los literarios. Se construye por encima de los preconceptos que  dictaminan un código estético. Lo representativo aparece como antagónico de lo  legitimado, y en ese corredor también lo silenciado/marginado como antagónico  de lo hegemónico. 
 Al diferenciar es notable cómo se  produce el mismo efecto pero desde un 
 Porque Arlt  manifiesta y crea un esfuerzo deliberado, encaminado a adoptar una forma  exterior, esa estética oponente, el empeño por establecer una escritura  replicante, el rol del provocador absolutamente consciente de su exclusión de  la elite artística e intelectual, y tan sensible a ella que rompe todos los  cercos, perturba las reglas del lenguaje, genera la violencia verbal,  manifiesta lo marginal y asume como sello mucho más que una vanguardia: el estilo, su propia e inconfundible voz.  Es un caso muy interesante para este tema, Ricardo Piglia ha dicho “es el más  contemporáneo de nuestros escritores”.  
 Hay una elección insistente en toda la obra de Roberto Arlt , y excede la mera repetición o recurrencia de personajes y sucesos narrados. Es su propia avidez de escritor la que ejerce la fuerza transformadora. Cabalga sobre la “creación de estéticas y morales alternativas”. En la creación y reiteración de personajes y máscaras transmuta los valores, va más lejos que nadie del purismo estético, traza el diagnóstico de la sociedad hipócrita, mutilada, ennegrecida y se abre desafiante, excesivo. El efecto se da, como dije antes: las fisuras emergen y crean vacíos. Ese mismo vacío es lo que Arlt convierte en desafío, prepotencia, pretexto jactancioso, discrepante con la pulcritud oficial, se abre paso en desventaja y manifiesta la irrupción de lo nuevo. En “Los lanzallamas” expone la utopía mayor: la creación del hombre nuevo para una nueva sociedad. Pero por el otro lado hay una conciencia mercantil, y llega a procesar el nivel estético y el económico, ambos a favor de una postura a veces descarada pero muy lúcida acerca de las relaciones entre escritor y público, seduciendo sabiamente en el juego de la oferta y la demanda. 
 Las fisuras  emergen y crean vacíos de donde se pasa a un nuevo recorrido más adentro, más  alto –desde lo puro literario- pero en el vértigo de un proceso cultural  circular. 
 Sospecho que a partir de ahí aparece lo que podríamos nombrar como la legitimidad literaria. Lo  aceptado/lo negado,  correlatividad inacabable. Nombra pertenencias a priori. Si hay pertenencia hay  exclusión. Lo que Allport denomina “formación de endogrupos”, la selección que  posibilita la existencia en la co-existencia y exaltación de un exogrupo”.  
 Al respecto recuerdo a Julio Cortázar  frente a la muerte de Antonin Artaud, 1948 -cito: 
 Como  sigue siendo natural entre nosotros, nos enteramos de esa muerte por  veinticinco menguadas líneas de una “carta de Francia” ... cierto que Artaud no  es ni muy ni bien leído en ninguna parte, desde que su significación ya  definitiva es la del surrealismo en el más alto y difícil grado de  autenticidad: un surrealismo no literario, anti y extraliterario, y que no se  puede pedir a todo el mundo que revise sus ideas sobre la literatura, la  función del escritor, etc. 
 Quedan repicando estas últimas palabras  –pedir a todo el mundo que revise sus  ideas sobre la literatura, la función del escritor, etc. 
 Ahora llega correo electrónico, varios, uno se llama La República de las Letras, un informe o noticiero literario que hace Sonia Catela desde Ceres, Santa Fe, y voy enterándome de lo que hizo/hace/hará cada uno de nosotros. Otro es de Bologna (Italia), Stefano Massari co-director de la revista virtual Fuori Casa me cuenta –transcribo dos párrafos, traducidos- que viven una especie de oscurantismo porque no provienen de los círculos universitarios o no tienen amigos políticos o poetas importantes, que hay una dictadura sutil subterránea de la universidad que vive en un mundo auto referencial, una presencia potente de las instituciones que en los ámbitos culturales interviene como “manager” de los políticos y de los advenimientos culturales... y más adelante cuenta (“abbiamo fatto cosa incredibili...”) hemos hecho cosas increíbles en los últimos dos años que varios “centros de cultura” esponsoreados por la universidad y política ni soñaron, y hemos dado fastidio, mucho fastidio... 
 La realidad es una baba que viene y te tapa dice Johnny Carter en El perseguidor y por alguna otra página también dice todo está lleno de agujeros. 
 Son las fisuras. Se agrandan, emergen y muestran vacíos desde donde se construye nuevamente, cada día. 
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