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Sobre READING EDGE, LECTORA A DOMICILIO
Contratapa Novela
Leí este relato, en su primera versión, hará poco más o menos diez años. Me deslumbró entonces la precisión y la riqueza del lenguaje de María Neder, la variedad y el número de personajes, cierta lujuria irreverente en el entramado de la anécdota y su tono genérico no convencional. Requería -me acuerdo- un esfuerzo adicional del lector: no entender lo que iba leyendo sino experimentar en toda su gloria el goce de un ejercicio estético inesperado aún para cualquier frecuentador de textos de excelencia.
Lo de ahora no es otra cosa; lo que usted leerá, lector, no será lo de ayer “corregido y aumentado” sino puestas en sinfonía, a gran orquesta, las tribulaciones de esta Teny, lectora a domicilio con bibliografía propia. Tribulaciones que la enfrentan no sólo con sus clientes (Ignacia, ciega bellísima, la vieja madre de Andrés, un gordo, etc.), sino consigo misma, con su propia biografía, que no voy a anticipar aquí, por supuesto. Un hilo conductor guía toda la novela, desde el comienzo al fin: El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde.
Y está también la inefable Reading Edge, la máquina de leer, de cuya singularidad nadie se podrá sustraer, en tanto el que esto leyere no se prometa un mero pasatiempo.
JUAN JOSÉ MANAUTA
Mayo 2006
The Reading Edge, Lectora a domicilio, la última novela de María Neder, es un libro que consigue provocar un sutil, escondido desasosiego. Desasosiego que uno no quisiera confesar, pero que, si lo ocultara, también le restaría al libro uno de sus mayores méritos.
Una persona lectora desde la más remota infancia, como fuimos todos los de mi generación y más los que luego nos dedicamos a las letras, entendidas en todas las variantes posibles: de la enseñanza a la escritura, de la crítica al periodismo y otras ¿qué teorías, qué interpretaciones, qué historias de la lectura o qué prácticas de lectura aún desconoce? ¿Qué la puede todavía inquietar?
Si intento trazar una constelación de lo que hemos interiorizado, encuentro por una parte las reflexiones de los entrañables teóricos que iluminaron la lectura como Ingarden, Iauss, Iser, el mismo Ricoeur, Chartier. Algunos de ellos, sin metaforizar denominaron a la lectura como acto de leer, acto realizado con el cuerpo y concibieron al lector, a la lectora, primero como copartícipes de la obra y, en una gradación mayor, como aquel o aquella que, junto con el texto y con el autor, proyectan con el acto de la lectura un mundo en el que se puede habitar, como en cualquier otro mundo.
“...diré qué, para mí, el mundo es el conjunto de las referencias abiertas por todo tipo de textos descriptivos o poéticos que he leído, interpretado, y que me han gustado. Comprender estos textos es interpolar entre los predicados de nuestra situación todas las significaciones que, de un simple entorno, hacen un mundo...”, dice Paul Ricoeur.
Hasta aquí, los teóricos. Pero, además, se encuentra la unión, que en la pubertad fue cualquier cosa menos metafórica, de la lectura con el erotismo y todavía más con el autoerotismo. Porque la lectura puede ser también solitaria, ensimismada y explorar en el ritmo de la letra aquel que lleva al placer. Y también, aunque no por último, aprendimos en carne propia el mortífero peligro que podía entrañar la lectura de aquellos libros que debieron ser quemados, escondidos, enterrados.
Entonces, ¿qué no sabemos con el cuerpo y la cabeza acerca de la lectura para que hoy, una novela como la de María Neder se acerque al tema y consiga sacudir una fibra a la que hace vibrar no se sabe si el temor, el escándalo o una cierta revelación?
Uno de los hilos de la trama de Reading Edge, Lectora a domicilio sigue la historia que narra La Lectrice, una película de Michelle Deville filmada en 1988. En el film, Constance, fascinada por Marie, la protagonista de una novela, decide a su vez poner un aviso ofreciéndose como lectora a domicilio. Lo mismo va a hacer Teny, la protagonista de la novela de María Neder, como una manera de ganarse la vida, aunque también en la búsqueda de un conocimiento anterior, de una historia familiar.
Pero lo que a Teny le sucede es que este oficio hoy, ahora, en la ciudad o pequeñas ciudades en que la ejercita, no se desarrolla con el liviano tono de comedia que tuvo en La lectrice, o que podría tener en alguna otra historia. Este oficio es un trabajo que será representado con sus características más sórdidas. Aparecen las imitadoras que compiten, verdaderas espías que acuden al reclamo para saber lo que cobra, la manera de leer, en fin, para robar el trabajo y ejercitarlo. Los clientes no abundan y Teny, obsesionada y en medio de apuros económicos, va a encontrar en la revista donde publica su aviso una cantidad de competidoras que se los están quitando.
Aquellas “libres, absolutas, limpias palabras de algún libro amado” como fueron las que le leía su padre, el oficio mismo, la práctica misma de la lectura, van a revelar una aterradora tendencia a ser distorsionados por los escuchas o clientes. Una ciega a la que Teny supone capaz de elevarse a visiones, intuiciones misteriosas, la traiciona, busca otros lectores y la deja en la pobreza. Un cliente que la llama, enuncia discursos obscenos. Mientras Teny le lee repetidas veces el Retrato de Dorian Grey , un viejo aprovecha la ocasión para masturbarse. El erotismo asoma una cabeza chueca, perversa, sin que se pueda decir que Teny lo rechace sino que se deja sumergir en él.
Porque Teny pertenece y vive en una ciudad, que es una época, degradada. Una ciudad con la que, de manera indirecta, fija una fecha, el comienzo de este siglo.
“... aún vivía cerca de la gran avenida, donde ahora duermen viejos hambrientos y extranjeros borrachos. No ha pasado mucho tiempo (de acuerdo a este calendario) y sin embargo las veredas vomitan estupor o gritos, o basura. La gran avenida me llevaría sin sentido hasta terminar cayendo en el pegajoso sillón de un pub, como depositándome entre siluetas”.
La práctica de la lectura, su función y sus efectos, ha cambiado, como siempre ha sucedido, con la época. Los temores que en siglos pasados se enunciaron cuando la lectura comenzó a masificarse parecen haberse cumplido. También, las oscuras aprensiones de las épocas posteriores. Para poder enfrentar la práctica de la lectura de este tiempo, sería preciso reemplazar al cuerpo involucrado en el acto de la lectura, por una máquina, The Reading Edge.
The Reading Edge es una máquina compuesta por un scanner capaz de leer una hoja colocada en cualquier dirección y un grabador que emite una voz, más o menos baja, más o menos intensa, más o menos lenta. Teny no solo se compara con la máquina sino que se identifica con ella:
“Como yo, The Reading Edge combina una avanzada síntesis de voz, reconocimiento inteligente de caracteres y un scanner Bookedge en una máquina ligera y portátil.”
Y entonces, en un acto en el que el erotismo parece desencadenado por el deseo de someterse al poder de la tecnología o también, al revés, de dominarla, Teny se le entrega: página 49.
Pero es justamente The Reading Edge, la máquina, quien comienza a insinuar una clave, un algo que da razón de los perversos efectos de la mayoría de las lecturas que en la novela se representan. Porque, del mismo modo que lo hace la máquina, Teny lee, pero no interpreta. Y también, o así, se encuentra con oyentes que no leen los libros como libros, porque son incapaces de percibir la forma artística que es mediación. Nora Catelli escribió un ensayo que se llama Testimonios tangibles, y lleva por subtítulo Pasión y extinción de la lectura en la narrativa moderna. Allí, registra en las últimas obras de Virginia Woolf la suposición de una degradación de la biblioteca, de una modificación patológica en la manera de leer, asociada a la catarata de palabras de la primera y segunda guerra. Esta sería una de las aprensiones que en la novela de María Neder parecen haberse cumplido. Llama poderosamente la atención que, como Teny, la protagonista del libro de María, también Virginia Woolf haya pensado en esbozar, al final de su vida, una historia de la literatura inglesa que evoca la oralidad sagrada de la lengua. Teny a su vez, piensa: pág. 120.
No es sorprendente, entonces, que cuando el amor llega para Teny, este hilo de la lectura que podría llamarse maquinal varíe y que la escucha sea ahora justamente la madre de Andrés, una anciana, no una vieja, que construye con el texto y el autor esos mundos en que se podría habitar. Ha pedido, significativamente, que le lean libros de geografía, y luego le pedirá a Teny que le lea cartas, antiguas cartas de amor que recibió.
El de le lectura, que privilegié, es tan solo uno de los hilos que se entrecruzan en Reading Edge, Lectora a domicilio. Rehuyendo todo simplismo, la compleja estructura de la novela, sus tonos, sus reiteraciones y fugas, la inestabilidad temporal, las numerosas citas de obras de las que no se conoce el nombre del autor, brinda al lector, una libertad en la interpretación, en la enunciación de sentido que da vértigo.
Esta es una novela al mismo tiempo generosa y exigente, severa y desfachatada y, por sobre todo, intensa. Intensa con la intensidad de la belleza estética.
GLORIA PAMPILLO
Narradora, investigadora y crítica literaria. Agosto 2006
Reading Edge, Lectora a domicilio
María Neder hoy camina tranquila por las realidades de la prosa y de la poesía. Tranquila porque sabe de sus tiempos distintos, de sus mecánicas diversas. Neder publicó cuentos, Contra corazón, 1993, y Entre los huecos, 1994, y hoy, a la hora de la prosa, aparece esta novela, Reading Edge, una clara prueba de que el tiempo no ha pasado en vano para ella y su trabajo.
La novela es festejo de su prosa, de la misma manera que Fisura de boca, 2003, estableció el presente de su poesía. Bienvenidos los escritores en donde puede percibirse el paso del tiempo, el crecimiento.
La lectora a domicilio afirma, Pero no quiero hacer una historia lineal porque yo no vivo en forma lineal. Ciertas mañanas amanezco en aquella ruta, entre Talapampa y Cafayate, aunque mi cuerpo se desentumece en un departamento de esta ciudad despojo. Sería mentiroso contarme lineal y para mentirosos bastan los nombres de las cosas. El orden cronológico será alterado o corregido mejor dicho por ese otro orden, lo sé, algo me conozco, un orden de intensidad. Pertenezco a una generación, no, a una raza indefinible, fronteriza, a la que le borraron los nombres.// No vivo por relojes, menos por calendarios (los detesto, nada significan). Vivo por sensaciones. Ella recuerda mientras está atenta a su realidad, Los libros se agolparon. Aprendí cada día un nombre nuevo. Supe anécdotas y lugares inexistentes, supe de una avenida que antes era calle angosta y de un teatro grandioso que realmente existió, que después fue una playa de estacionamiento y que hoy es la gran casa de juegos electrónicos para chicos pobres, la primera que se abrió -grandiosa obra social-, custodiada por los adolescentes rubios, todos muy parecidos ellos, altivos, con los uniformes color naranja fosforescente. Y hace su trabajo, Leer dentro de la abuela, leerla, leerle, leer para la abuela. Leer los ríos de Europa también era leerla y meterse en las palabras ya leídas, limpias palabras que la abuela estaría conservando dentro de su memoria. Sin tarjeta de activación ni propuesta ajena, la abuela decía leéme, pedía la otra lectura cuyo resorte era activado por las palabras del libro.
Juan José Manauta afirma en la contratapa, Me deslumbró la precisión y la riqueza del lenguaje de María Neder, la variedad y el número de personajes, cierta lujuria irreverente en el entramado de la anécdota y su tono genérico no convencional.
EDGARDO LOIS
Buenos Aires, octubre de 2006
Sobre FISURA DE BOCA
Poesía no aconsejable para iniciados. Menos para complacientes. No es texto de ofrenda, sí de exigencia. El tono mordaz –a veces cáustico– no se improvisa, es resultado de tarea mayor, de paciente elaboración.
El juego de construcción ingeniosa no lo detiene la autora en la exhibición acrobática de la palabra sino que ahonda y accede con total legitimidad a la categoría superior de lo creativo. Hay colores, tonos y paisajes que remiten a la poética ya clásica (Neruda, Vallejo).
Allí la ironía se ilumina de modo tan festivo como eficaz. Se atreve hasta los límites abismales de la innovación, asumiendo riesgos de los que emerge claramente vencedora. Imágenes de asombro aparentemente inofensivas, devienen en hallazgos de insospechable riqueza.
“Es que todo el mundo está sordo” o “Nadie se guarda papelitos de colores”. La brusca detención del ritmo interno, la barra, lo singular, lo insólito revelan el dominio poetizador de María Neder.
Fisura de boca vale como torrente de agua fresca y nutritiva contribución en estos tiempos de arribismos extravagantes y pretenciosas mediocridades.
MARCOS SILBER
Enero 2004
Contraportada
Leer un libro es dialogar con él, conversar de tú a tú con esa selva de palabras. La poética de María Neder toma de aquí y de allá para armar una especie de collage, un montaje que intercala preguntas, frases entre paréntesis que funcionan como acotaciones, líneas truncas, voces ajenas (parafraseadas), guiños, o envíos directos al interlocutor, fechas, jadeo de crónica de “Sucesos", etc. Así, la respiración de este libro a ratos narrativo, con muchos nexos de enlace, toma envión mediante el uso del encabalgamiento, imágenes que se toman de la mano de otras imágenes y así sucesivamente. El cruce de discursos es evidente. No hay una línea sino una ramificación, un zigzagueo, un paso de baile que se desmarca y va de la jerga urbana a lo poético (lo poético “a priori”, ojo). Si la respiración de un poeta se arma con el ritmo -la música-, el silencio, el lenguaje y el tema -su originalidad, su nuevo tratamiento-, este libro, tal como se nombra, es una “Fisura de boca”. (…) encuentra su mejor momento en el uso de la ironía, un tono de sarcasmo, socarrón y en los poemas decididamente eróticos.
Se trata de una poesía de merodeo, de tantear las orillas de lo que se quiere nombrar y nombrarlo por sus arrabales, sus aristas, su periferia. La poesía así se presenta como un juego, algo que hay que ir armando en la cabeza como quien se encuentra una carta con partes borradas por las manchas del tiempo. Es el aparente desorden del caos cotidiano entre las ruinas de la urbe; la lengua pasa corriendo entre jirones de soledad, allí donde todo es abismo, simultaneidad. Y algo se desmorona “ante los pies desnudos”.
JORGE BOCCANERA
Agosto 2003
“Nadie pronuncia obviedades ni palabras enfurecidas de tango”, es la sentencia con que se abre SÁBADO A LA NOCHE uno de los poemas finales de Fisura de Boca.
Pero sí, se pronuncian obviedades; se dicen frases hechas, comentarios comunes, se hacen ademanes que se repiten todos los días y todo ello es obvio.
Sabemos, lo obvio no es evidente: los objetos cotidianos, extraídos como metal precioso pero todavía en bruto de las vetas, son hechos materia despejada, son puestos al descubierto, y señalados en el escenario del poema:
Desde los niños de la calle hasta la escena de exilio, desde el paraguas hasta el termo, desde la mortandad del Sur hasta la brocha de afeitar, desde el acto amoroso más rutinario hasta la partida del amante. Desde el parto -que es llegada y partida del nacimiento- hasta el camión de la basura. Desde el murmullo que llega desde atrás de las puertas, hasta el grito callejero más común, hasta el suceso, hasta la frase hecha.
Las obviedades son alojadas en los poemas como joyas en un escaparate, y concitan el mirar y el oír por obra de la letra, que ejecuta la transformación del lugar común, de la palabra de diccionario, que “no le sirve a nadie”, en clave de belleza.
¿Por dónde es que regresan estos objetos? ¿Qué les hace lugar junto a los gestos que reconocemos en el orden diario? ¿En qué inquietante paisaje de sórdidos decorados tiene lugar este drama de la palabra?, en el poema que da título al libro María Neder concluye:
sentir el temblor
la otra parte
escapada por el tejido abierto.
Recuerdo el refrán “somos dueños de lo que callamos y esclavos de lo que decimos”. Sin embargo, hay el decir que escapa de la determinación de callar, se cuela por donde sea, en una duplicación deformada de la existencia de la voz y de la palabra.
Es ese trecho, que se abre más allá de la boca, que hace estallar la comisura, y nos deja ver, haciendo evidente la dimensión viscosa de lo real, la dimensión que hace vislumbrar que este lado es otro y que el otro es éste, y que el paso de lado a lado es posible por una fisura. Un pasaje que pone al descubierto que las puertas se abren desde el vacío hacia el vacío. Cito los tres últimos versos de “Marzo cero dos”:
… nos quedamos con una sola puerta sin paredes.
La sombra va con nosotros.
El otro lado es éste.
Y del poema “las puertas no se abren en el aire”
“La puerta al borde.
A la orilla muestra la basura
y dos semanas después
se abre como boquete al este sobre el ara.
Una sola puerta.
Eco o presencia alimentada a fuerza de
sonar como suenan
todas las puertas pesadas y lacradas
en el instante que ha de ser abierta ...
...
En estos días
suena en cualquier sitio como si alguien golpeara
del otro lado”
Pero se trata de una evidencia que no puede ser entregada frontalmente, sino al sesgo: el mundo, vuelto a decir en estos poemas, replica y repica, en un retorno de cosas deformadas, una anamorfosis hecha de bordes, de costuras, de contornos de agujeros. Ellos se nos entregan como un indicio que discurre por las brechas:
“soy trazo en el oscuro de un nombre secreto
igual a la costura del tiempo en el ombligo. “
“es la mirada recorriendo bordados de una casa “
Este acceder inexorable de lo otro y hacia lo otro, viene soportado en la voz, en las voces, en el eco de las voces, que crispan los que se nos da a ver, y que viene velando la inconsistencia del mundo:
“¿tanto engaño para mostrar un agujero?
Puertas y espejos son la cifra de esa inconsistencia, cito a continuación versos del poema “Este aire que mordemos”
“ Nos vemos como al diablo
cuando el espectro se yergue en el espejo
de lo que no somos
y tu boca no puede pronunciar.
La puerta de tu puerta....”
La voz trepa y se asoma, es mensajera de lo siniestro, nos asalta desde los azogues, toma la forma del ruego, se vuelve risa casi inhumana, carcajada, ruina y trizas, nombra lo que no tiene nombre, se vuelve llamado, se mete por los cuerpos, por los corredores, por las puertas, se impulsa como un estertor por la boca, por la quebradura, y en el poema se instala como un alarido :
“Esa calle también agrietada era tu boca
la nuestra.
Los sin nombre desfilan por el mismo
espacio donde estuvo
su figura todas las figuras el grito...
del poema “La muerte de una persona no es”. Y ahora del poema 2 en el capítulo titulado “Deserción escolar”:
...”te metés por la quebradura
avanzá por ahí como puedas
vos seguí / los alaridos detienen
se inflan en el aire como las heridas inmundas
aturden el paso...
“Fisura de Boca” es un libro inacabable. Mundo partido y repartido, en requiebro y quiebre, que ritualiza el ritual demiúrgico, que urde cuerpos a partir del barro, cuerpos heridos por el deseo y la muerte, erosionados por la caducidad y por el vicio de la palabra.
Me llamo a silencio, más que para ser dueña de lo que ahora callo, para continuar persiguiendo el trazo, orillando la infinita quebradura, protegida por la palabra de María Neder que nos retiene en el borde, advirtiéndonos del peligro, de lo ilusorio que habita en lo real, en el mismo aliento del lugar común, en el aliento de la poesía.
...”por cada línea oscura invitadora.
Ir/yendo hacia los lugares peligrosos
subir una zona real e insegura por lo tanto.
En celo.
SUSANA ROMANO
Febrero 2004
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